Columnistas
Por Francisca Palma

Día Mundial de las Aves Migratorias 2025: Centinelas en riesgo

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Columna de opinión por la Dra. María Paz Acuña-Ruz, académica Facultad de Ingeniería y Ciencias UAI.

Cada año, cientos de millones de aves migratorias cruzan el planeta en viajes de miles de kilómetros. Lo hacen guiadas por estrellas, campos magnéticos y señales del ambiente, atravesando océanos, montañas y desiertos. Algunas llegan desde el Ártico hasta los humedales australes. Otras recorren rutas invisibles desde la Amazonía a la zona central de Chile. Pero hoy, muchas de ellas no logran completar su trayecto: se desorientan, chocan contra vidrios, pierden sus lugares de descanso o mueren por falta de alimento.

Cada 10 de mayo se conmemora el Día Mundial de las Aves Migratorias, una campaña impulsada por Naciones Unidas para crear conciencia sobre los desafíos que enfrentan estas especies y destacar la necesidad de proteger los espacios que comparten con nosotros. El lema de este año, “Espacios compartidos: creando ciudades y comunidades amigables con las aves”, nos invita a preguntarnos cómo habitamos el territorio y qué tipo de desarrollo estamos construyendo.

Más de la mitad de las especies de aves del mundo realiza algún tipo de migración estacional. Estas especies necesitan corredores ecológicos seguros y sitios de parada claves para alimentarse, descansar o reproducirse. Por eso, son indicadores sensibles del estado de salud del planeta. Cuando una población migratoria disminuye, es señal de que algo no está funcionando en los ecosistemas que atraviesa.

En la cultura popular, las aves migratorias también han sido relojes naturales y parte de la vida cotidiana. En Chile, muchas aparecen en dichos y expresiones comunes. Decimos “me lo dijo un pajarito” cuando compartimos una confidencia, “andar de picaflor” para alguien coqueteo constante, o “más vale pájaro en mano que ciento volando” para hablar de prudencia. Estas frases no solo reflejan ingenio: son testimonio de una relación profunda entre las personas, la naturaleza y las estaciones.

Las amenazas que enfrentan las aves migratorias son diversas y se han intensificado con la expansión de las actividades humanas. Una de las más graves es la pérdida y degradación de hábitats, ya que la urbanización, la agricultura intensiva y la expansión industrial han reemplazado o fragmentado bosques, humedales y zonas costeras que estas especies utilizan como refugio y fuente de alimento. A esto se suma la infraestructura urbana: millones de aves mueren cada año al chocar con ventanas y fachadas de vidrio, mientras que la contaminación lumínica, especialmente en entornos densamente poblados, interfiere con su orientación durante los vuelos nocturnos.

Los proyectos energéticos mal emplazados también generan impactos importantes; los parques eólicos instalados en zonas clave para la migración pueden provocar colisiones con aspas, actuar como barreras de movimiento y modificar hábitats esenciales. En la región de Magallanes, por ejemplo, se proyecta la instalación de más de 14.000 aerogeneradores para la producción de hidrógeno verde, lo que afectaría directamente más de 13.000 km² de estepa patagónica.

El cambio climático representa otra amenaza significativa: la alteración de patrones estacionales desajusta los ciclos de migración y reduce la disponibilidad de alimento y agua. Finalmente, la caza ilegal y el tráfico de fauna siguen siendo prácticas que ponen en riesgo poblaciones migratorias ya vulnerables. En conjunto, estos factores provocan una disminución sostenida en las poblaciones, alteran las rutas migratorias tradicionales y aumentan la mortalidad, especialmente en aves jóvenes o en aquellas que migran por primera vez.

¿Qué podemos hacer?

A pesar de los desafíos, hay muchas acciones concretas que podemos tomar como personas, comunidades y gobiernos. Algunas de las más efectivas están basadas en la propia naturaleza:

  • Proteger y restaurar hábitats como humedales, bosques nativos y zonas costeras.
  • Diseñar ciudades verdes: con corredores ecológicos, techos vegetales y jardines con plantas nativas.
  • Apagar luces exteriores en edificios durante las noches de migración.
  • Usar vidrios marcados o texturizados para prevenir colisiones.
  • Evitar pesticidas y promover una agricultura amigable con la biodiversidad.
  • Controlar mascotas como gatos en espacios con fauna silvestre.
  • Promover la educación ambiental y el monitoreo comunitario.

Estas medidas no solo benefician a las aves. También mejoran la calidad de vida de las personas, favorecen la salud mental, refrescan las ciudades y fortalecen la conexión con la naturaleza.

Las aves migratorias nos muestran que el mundo está conectado. Lo que ocurre en los humedales de Chiloé afecta a las aves que vuelan desde Alaska. Lo que se construye en la Patagonia tiene impacto en especies que cruzan todo el continente.

Reconocer a estas aves como centinelas del cambio global no es solo un gesto simbólico: es una forma de anticipar los efectos del deterioro ambiental antes de que afecten directamente a nuestras comunidades. Las decisiones que tomamos en tierra firme, cómo iluminamos, urbanizamos o producimos energía, tienen consecuencias a miles de metros de altura.

En este Día Mundial de las Aves Migratorias, la invitación es clara: crear espacios donde las aves puedan seguir volando, descansando y viviendo con nosotros. Porque cuando protegemos a las aves, también estamos cuidando nuestros propios futuros.

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