Mi Huella
Por Agustín de Vicente

La travesía de un padre y su perro en pandemia por COVID-19

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Tras casi un mes de estar internado en la clínica y ser dado de alta, lo primero que hizo fue buscar a su perrita Maya

Pablo González Amado es un periodista y padre por vocación. Tuvo su primer perro a los seis años. Hoy vive la experiencia como papá de Gaspar y también de Maya, una perrita de ocho años cuya vida se desplomó cuando su dueño partió a emergencias por COVID-19.  

Maya es una mezcla de quiltro y bóxer que llegó a su vida cuando era solo una cachorra gracias a una colega periodista, cuyo perra dio a luz a siete caninos, entre ellos, a la compañera diaria de Pablo. Para él, es una integrante más de la familia.

Los perros son muy buenos cuidadores, tienen una paciencia enorme. Yo doy fe de que es así, ayudan totalmente a la salud mental”. Manifestó Pablo González

Una noticia inesperada

En la Municipalidad de La Pintana, fue como siempre a trabajar con dedicación en ferias libres para educar a la comunidad en los lavamanos portátiles que instalaron como una medida preventiva al virus. Otra iniciativa fue aportar en hacer ollas comunes para la población. De un momento a otro, su vida fue golpeada por una noticia: estar contagiado del temido COVID-19.

A pesar de ser consciente de los riesgos que tomaba cada día por su trabajo, nunca esperó que la enfermedad lo debilitara tan rápido. Uno de los síntomas más comunes del virus son dolor de cabeza, fiebre, cansancio, náuseas y gastroenteritis. Pablo los tuvo todos.

El 28 de junio sintió físicamente el primer síntoma, y el 1 de julio accedió a hacerse el test PCR. Experimentó una contradicción corporal: Ir a la clínica y exponerse a otra infección además del coronavirus o esperar cómo avanzaba su fiebre. Esta última terminó por elevarse. Pablo sintió un alivio enorme porque necesitaba la ayuda. El primer día fue a urgencias, el segundo ya estaba entubado. Desde allí, perdió la noción de todo.

Su hijo Gaspar tuvo la fortuna de quedarse con su mamá, y Maya, junto a los papás de Pablo y la compañía de sus dos perros. El distanciamiento social los afectó a ambos de distintas maneras. Por un lado, Gaspar dejó de ver a sus amigos, mientras que Maya vivió días muy felices porque su “papá” estaba todo el día con ella. Pero su mundo se vino abajo. Lo último que divisó en su esfuerzo de correr a la calle fue a Pablo subiendo a una ambulancia. Incluso, hoy cuando cuenta su historia, Maya solloza al ver el rostro de su dueño por recordar.

“Es algo traumático, recuerdo que al estar en la clínica, hasta los comerciales me hacían llorar. Perdí 15 kilos. Ya me había despedido de mí físicamente, de mi hijo y todos porque sentí que todo lo que viví adentro era muy cercano a la muerte”.

Expresó Pablo.

El regreso a casa

El 4 de agosto, tras casi un mes de estar internado en la clínica y ser dado de alta, lo primero que hizo fue ir dónde sus papás y ver a Maya. A duras penas por el cansancio físico, Pablo se sentó en el sillón de la casa cuando sucedió algo inesperado: Maya lanzó sus patas delanteras y sus 40 kilos sobre él, mientras ambos lloraban de la emoción. El llanto de Maya confirmó lo que temía de su dueño, que no lo volvería a ver desde la última vez que partió de casa.

“Hoy creo que aún falta empatía con este tema. Yo espero que mi testimonio o el de otros ayude a concientizar. También hago un mea culpa porque pude haber sido más precavido. No es un simple resfriado fuerte. Aún mantienen distancia conmigo cuando saben que tuve COVID-19, pero lo respeto”, según expresa Pablo.

Hoy vive en la comuna de Puente Alto en una casa de dos pisos junto a su actual pareja y Maya. A su otro hijo de seis años solo lo ve los miércoles, jueves, viernes y sábados, debido a la tutela compartida.

“A algunos se les puede preparar para el proceso y a otros les llega de golpe. Nadie merece sufrir tanto, y si existe algo bueno en esta terrible pandemia, es la bella opción de pasar más tiempo con los que amamos. No lo desaprovechemos”.

Detalló Pablo, papá de Gaspar y Maya


 


 

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